Sexo entre robots

Michell Giovanni Parra

La predicción dice así: «Para el año 2050, las relaciones sexuales con robots serán normales».1 La escena promete un cuerpo en disposición electrónica: biosensores que regulan la actividad fisiológica, teledirigida por una combinación de fantasías metafísicas y regulaciones neuroquímicas. Electrodos de actividad intracraneal. Estímulos eléctricos desde la médula espinal hasta la enervación erógena de materiales cíborg en una arquitectura eterna de hardware y software.

Pornografía telemática. Humano y máquina en retroalimentación constante de placer. La imaginación erótica se proyecta en pantalla; un sistema de inteligencia artificial reconstruye de forma algorítmica las frecuencias cerebrales mediadas por gafas de realidad virtual. La robofilia deja de ser una posible parafilia no especificada en el manual diagnóstico. Los criterios de patología pierden su sentido. 

«Año 2050». Los vínculos amorosos con la tecnología antropoide son parte del estándar dentro de la campana de Gauss. Una nueva economía del deseo ha comenzado. ¡Bienvenidos a la nueva sexualidad! La utopía tecnolibidinal funde la cultura; es un circuito integrado de luces que prenden y apagan la diferencia entre la ciencia y la ficción. 

El modelo de trabajo forzado en el diseño de las máquinas

El diseño de la gigantesca maquinaria industrial de ensamblaje fordista contrasta marcadamente con la ingeniería virtual y cibernética, aunque no así su trabajo forzado. El potencial de la aceleración tecnológica parece menguar por los deseos más profundos de la economía libidinal: la humanidad, a medio camino entre la fantasía de una vida eterna y el horror al vacío, se debate por la trascendencia y lo siniestro.[2] El placer sexual está incrustado justo en la bisagra de un cuerpo que une la vida y la muerte, lo orgánico y lo artificial, la naturaleza y la cultura, el entretenimiento y el trabajo. 

«Trabajo forzado», tal es el significado de la palabra checa robot, acuñada por Karel Čapek para describir a seres antropoides de carne y sangre sintética que destruyen a sus creadores humanos.[3] El término ha perdurado hasta nuestros días para designar agentes virtuales o mecánicos destinados a tareas de reemplazo. Pero hoy, la creación robótica no solo promete sustituir, sino también enriquecer o complementar los vínculos afectivos. Por ello, los debates no dejan de surgir: ¿es posible amar a un robot?, ¿un agente virtual es capaz de generar un vínculo profundo con su interlocutor humano? En caso afirmativo, ¿es moral producir este tipo de tecnologías?[4]

Sin embargo, el encuadre ético del asunto no debe desviar la mirada del ámbito ideológico de la producción técnica: nuestras proyecciones hacen de los robots unos artefactos de trascendencia histórica, capaces de superar a sus creadores, pero aún sometidos al paradigma obligado de lograr mayor precisión y efectividad en las actividades laborales. Así, en un mundo donde la sexualidad implica un trabajo de intercambio en el capital económico, social y cultural, el sueño de la robótica concluye en alcanzar una máquina que satisfaga por completo los deseos y las necesidades humanas, creando un ente siempre dispuesto a trabajar en producir el mayor placer y la mejor felicidad en los usuarios.

De este modo, la persona en busca del amor o del placer se convierte en un consumidor-usuario, gracias al modelo imperante del trabajo forzado en la creación tecnológica. Finalmente, todo el vínculo afectivo es hecho a la medida. Pero, al mismo tiempo, debido al aprendizaje automatizado de la inteligencia artificial que se ajusta mediante la interacción con el usuario, este reduce su ámbito psicoafectivo al bucle infinito de la retroalimentación. ¿El riesgo? Una tecnosexualidad solipsista que, al no tener una alteridad que responda con sus propias fantasías diferenciadas y disparadores erógenos, eclipse su posibilidad vital, creativa y erótica en un nihilismo opositor a una realidad afectiva que va más allá de los parámetros individuales de una conciencia humana específica.

Más allá del tiempo pesimista de las máquinas

Debido a lo anterior, el supuesto darwinismo pesimista de Schopenhauer está más que refutado. Aquella idea que aseguraba que detrás de todo acto amoroso acecha la trampa de la naturaleza al perpetuarse es un error, ya desfasado por la velocidad de un tiempo que hizo un enorme vórtice en las relaciones de parentesco. En la actualidad, la reorganización de las estructuras familiares indica un nuevo ordenamiento del deseo; una nueva disposición de los cuerpos en una articulación distinta de la fantasía, la ficción y el imaginario social.

Como tal, la antigua voluntad del genio de la especie comienza a ir más allá de su propio despliegue. Hoy, más que nunca, reluce una codificación del placer, y por eso, la sexualidad virtual mantiene sus actos en una dimensión cibernética: los cuerpos son entradas y salidas de información, de modo que el deseo está mayormente cifrado en los actos comunicativos de la maquinaria económica. Así, la línea divisoria entre organismo y artefacto está difuminada por la preponderancia de interfases que conectan usuarios y máquinas. Dicho de otra manera: los usuarios ya son parte orgánica de los sistemas artificiales. Los agentes virtuales cohabitan con los humanos en una ecología que ha fusionado para siempre la naturaleza y la cultura.

En consecuencia, más allá de la preocupación moral, la sexualidad robótica anuncia la tecnificación de las fantasías de una cultura posthumana. La «tecnopornografía» no es, por tanto, una serie de imágenes que exhiben una desnudez particular, sino más bien, la caracterización de este tiempo que expone y desnuda la vida en términos de una visibilidad total. De este modo, los vínculos afectivos se convierten poco a poco en una política de selección de códigos, con el fin de presentar un producto estético aprobado y consumible. Por esa razón, la dinámica sexoafectiva entre humanos y robots opera bajo la promesa de que estos sean minuciosamente personalizables en todos sus ámbitos, de forma que suplan los resquicios posibles de la fantasía y el placer. Con ello, se prefigura una transmutación política del afecto: el amor convertido en un proyecto de dimensión eugenésica. 

Así que, más allá del pesimismo de una voluntad absurda que domina el mundo, Schopenhauer no encaja en la era optimista de una maquinaria que busca dejar obsoleto el darwinismo por selección natural. Ahora, cada vez más, la selección artificial e intencional prevalece sobre el curso ciego de la adaptación biológica.  

En nombre de la libertad, una aniquilación de las leyes de la robótica 

Recordemos aquí las tres leyes de la robótica propuestas por Isaac Asimov:

  1. Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la primera ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde su protección no entre en conflicto con la primera o segunda leyes.[5]

Aunque a primera vista estas leyes parecen impecables desde una perspectiva deontológica, su premisa fundamental es problemática: exigen la construcción de robots que carezcan de libertad.[6] O, en su defecto, de un aprendizaje limitado por la obediencia a la prescripción de órdenes. 

En el contexto mencionado, la aplicación de dichas leyes en los futuros robots sexuales produce un efecto paradójico: estos terminan siempre sometiéndose a la voluntad humana, condicionando así la dinámica sexoafectiva al modelo de satisfacción del usuario. En tal sentido, surge la dificultad de vivenciar un componente esencial de la experiencia amorosa: la capacidad de elegir junto con la libertad de decidir. 

Ante este panorama, el verdadero desarrollo de la inteligencia artificial debe mantener un margen considerable de operaciones técnicas libres de trabajo forzado. En otras palabras, la explosión de la inteligencia robótica no puede suceder completamente si estos agentes no aprenden y operan desde su propia experiencia y capacidad, más allá de los mandatos humanos profundamente arraigados en el antropocentrismo.

Aquí surgen otras interrogantes: ¿los sistemas artificiales realmente podrán tener “experiencias”? ¿Los agentes virtuales o mecánicos lograrán un aprendizaje tal que les permita tomar decisiones voluntarias? Si las respuestas son negativas, la sexualidad con robots podría permanecer muy limitada a la producción de placer o displacer: una dimensión que no alcanza la experiencia compleja del afecto. Pero ¿y si lo que busca es, precisamente, el despojo infinito del afecto humano a través de la experimentación tecnológica? Tal vez el resultado inevitable sea una recursividad que no pueda avanzar; una fantasía ahogada en su propia imagen; una sexualidad encerrada en sí misma y dirigida hacia su propia aniquilación. 

*

El vaticinio dice así: «Los sueños de la razón engendran sus propios monstruos».

*

Hemos tenido la fortuna de escuchar al oráculo. Las predicciones nacieron para evitar convertirse en historias proféticas, mientras que las profecías surgieron para desafiar las predicciones computacionales. La máquina humana forja su futuro en un presente tecnológico. La suerte está echada: bits que suman la imagen antropológica del deseo; dígitos binarios que señalan que el erotismo nunca fue directo, sino prefigurado en la cognición de un modelo cibernético de la mente. La condición cíborg exclama: ¡A un tiro de piedra y en la curvatura del tiempo, la ficción se convierte en una ciencia atada al conjuro de la realidad! «Los sueños de la razón engendran sus propios monstruos», y los monstruos de los sueños encuentran sus propias razones. De este modo se asoma el señuelo metafísico: lo humano aún no ha logrado mirar más allá de su proyección. 

«Año 2050…».

Bibliografía

Asimov, Isaac. Yo, Robot. Barcelona: Edhasa, 2008.

Balistreri, Maurizio. Sex Robot. El sexo y las máquinas. Madrid: Biblioteca Nueva, 2021.

Lovelock, James. Novaceno. La próxima era de la hiperinteligencia. México: Paidós, 2023.

Lyotard, Jean-François. Libidinal Economy. Bloomington: Indiana University Press, 1993.

Rius, Mayte. “Robofilia: la perspectiva del sexo con robots abre dilemas morales”, La Vanguardia, 6 de junio de 2016. https://www.lavanguardia.com/vida/20160612/402444715099/robofilia-sexo-con-robots-dilemas-morales.html

Srnicek, Nick & Williams, Alex. “Manifiesto por una política aceleracionista”. En Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el poscapitalismo, comps. Armen Avanessian y Mauro Reis, 33-48. Buenos Aires: Caja Negra, 2017.

Citas

1.Mayte Rius, “Robofilia: la perspectiva del sexo con robots abre dilemas morales”, La Vanguardia, 6 de junio de 2016. https://www.lavanguardia.com/vida/20160612/402444715099/robofilia-sexo-con-robots-dilemas-morales.html

[2] Cfr. Nick Srnicek & Alex Williams, “Manifiesto por una política aceleracionista”, en Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalismo, comps. Armen Avanessian y Mauro Reis (Buenos Aires: Caja Negra, 2017), 41. Y: Jean-François Lyotard, Libidinal Economy (Bloomington: Indiana University Press, 1993).

[3] James Lovelock, Novaceno. La próxima era de la hiperinteligencia (México: Paidós, 2023), 128.

[4] Cfr. Maurizio Balistreri, Sex Robot. El sexo y las máquinas (Madrid: Biblioteca Nueva, 2021 ), 25-62.

[5] Isaac Asimov, Yo, Robot (Barcelona: Edhasa, 2008), p. 12.

[6] Lovelock, Novaceno. La próxima…, 132.

Scroll al inicio