Artaud y su Viaje al país de los Tarahumaras
Por Ricardo Echávarri
Antonin Artaud (Marsella, 1896-París, 1948). Poeta, actor y dramaturgo. Creador del Teatro de la Crueldad. Con Tric-Tract du ciel (1924) entabla relación con André Breton, quien publica por entonces el Manifiesto Surrealista. Dirige la Oficina de Investigaciones Surrealistas. A raíz del ingreso del «círculo surrealista» al Partido Comunista se aparta del grupo, considerando un peligro subordinar el espíritu al poder. Pese a esa ruptura, continuará su amistad de toda la vida con André Breton. En 1936 viaja a México «a buscar una raza-principio, no contaminada por Europa». Arriba en tren a Chihuahua y se adentra en el país de los Tarahumaras. Ese viaje es definitivo en su vida y su creación. Escribe Viaje al país de los Tarahumaras y media docena de artículos más, casi todos durante sus periodos de lucidez, en el asilo de Rodez donde, acusado de locura, fue recluido (y liberado por sus amigos poco antes de su muerte).
Su viaje al corazón de la Sierra Madre le descubre a Artaud un mundo nuevo. Escucha que los rarámuris «cayeron del cielo a la Sierra, en una Naturaleza ya preparada» y que esa tribu conservaba el sentido oculto de lo sagrado. «La palabra Dios no existe en su lengua», pero rinden culto a «un principio dual de la Naturaleza». Ellos también lo inician en el ritual del peyote, «un culto solar que permite al individuo recuperar la percepción de lo infinito», despertar «el sentido de lo sagrado de una forma que la conciencia europea ya no conoce». Al tomar el camino del Cíguli «el Tarahumara toma conciencia de la dualidad» y descubre «lo que es de él y lo que es del Otro» y, en esa interacción, aprende a «crearse a sí mismo». El hombre es «transportado al otro lado de las cosas», o «restituido a lo que existe en el otro lado». El peyote es hermafrodita y, «en el interior de la raza Tarahumara, el Macho y la Hembra existen simultáneamente». El Cíguli finalmente le revela «el misterio mismo de la poesía».
Estos indios mexicanos, que viven en la Sierra Madre «en un estado como antes del diluvio», han resistido «desde hace cuatrocientos años a todo lo que ha venido a atacarlos: la civilización, el mestizaje, la guerra, el invierno […] El gobierno de México hace lo imposible por quitar el peyote a los Tarahumaras.» Artaud ve en esa supervivencia no sólo una resistencia, sino un acto de voluntad creativa: la elaboración de una otredad humana, basada en la armonía del hombre con la naturaleza; en concordancia también con lo sagrado (entendido no como un destino providencial ni un conjunto de ritos externos), al hundir sus raíces en los orígenes. La visión de Artaud acerca del Otro es absolutamente radical. En el pensamiento occidental hay intentos de hacer una lectura relativizadora y, en ocasiones, una inversión sígnica respecto a la Otredad. Pero en Antonin Artaud hay por primera vez una absoluta aceptación de la superioridad moral, sagrada (poética, por ende) del Otro. El Tarahumara es el padre del hombre y, si conserva claves para leer los signos de lo sagrado, lo hace con la encomienda de preservar la unidad original.
Artaud va al México hondo no como un etnólogo, que busca registrar rostros y costumbres con cierto colorido folclórico. Poeta y homme scène va a la raíz de lo humano y descubre, en el espectáculo de la montaña viva, seres partícipes de una catarsis liberadora y simbólica. Su mirada busca que nos despojemos del ego, del aire de ‘superioridad’ y aceptemos con toda su crudelidad la realidad que la Montaña de Signos despliega ante nosotros. Occidente ha extraviado su rumbo, ha fraccionado al hombre y lo ha separado de sí mismo y de la Naturaleza. Donde ha fracasado el hombre blanco podría decir entonces su palabra antigua, poderosa y profunda el Hombre Rojo, esa extraordinaria raza a la que, según palabras del último iluminado de la poesía moderna, «ninguna civilización podrá dominar nunca».
De los escritos relativos a su viaje a México, Antonin Artaud reunió, bajo el título de Viaje al país de los Tarahumaras (Fontaine, Colección L’Age d’or 9, París, 1945), dos escritos centrales: «La Montaña de signos», publicado en El Nacional, de la Ciudad de México, el 16 de octubre de 1936, en traducción de José Ferrel (perdido el manuscrito en francés fue descubierto por M. Berna en un granero de la calle Visconti, en 1953), y «La danza del Peyote» (reeditado en l’Arbalete, núm. 12, 1947), escrito en París poco después de su retorno de México. Un Suplemento, que Artaud había escrito en Rodez para la plaquette original, fue sustituido por la carta que le dirigió a su editor y amigo Henri Parisot, y que incluimos en esta edición en castellano (Viaje al país de los Tarahumaras, Pleno Margen, México, 2019) respetando su voluntad autoral.
Ricardo Echávarri*
*Doctor en Letras, poeta y traductor. Ha publicado recientemente América Fabulosa. La imaginería renacentista del Nuevo Mundo (2020) y la Antología de Poesía Surrealista en México (2024).